15 de diciembre de 2013

No Mercy

La gente se agitaba en las gradas vitoreando cosas que no lograba llegar a escuchar, mientras yo me encontraba en la arena enfrentándome a unos contrincantes poco habituales en esos lugares. Era una especie de coliseo moderno de grandísimas dimensiones, un amasijo de hierros y hormigón en el que montones de extraños lo único que querían era ver la sangre salpicar.

Los contrincantes eran extraños porque me enfrentaba a mis propios miedos, la presión social, las expectativas de mis seres más cercanos hacía mí y el peor de todos, lo que quería ser el día de mañana y hasta ahora ni de cerca me había conseguido acercar. La verdad es que estaba acojonado, y mis fuerzas no parecían responder. Tenía dos soluciones mirarles a la cara y enfrentarles o huir como llevaba haciendo toda mi vida.

El sudor resbalaba por mi frente y no disponía del tiempo que me hubiese gustado poseer para elegir, o cogía al toro por los cuernos o él me cogía a mí, cuando me disponía a ello vi una cara familiar en una de las gradas y de repente note como algo punzante me atravesaba por el costado, sentí como todo se volvía borroso a mi alrededor y me desvanecía. Parece que había llegado mi hora, siempre me imagine este momento con fotogramas del pasado pasando por  mi cabeza a modo cortometraje, pero en la realidad solo sentía un gran dolor y nada más veía un enorme charco de sangre y como a mi alrededor todos se revolvían pidiendo mi cabeza.

De repente me desperté en mi cama agitado y empapado en sudor frío, el corazón me latía con tanta fuerza que podía sentirlo sin siquiera apoyar la mano en el pecho, me senté a borde de la cama y reflexione durante un par de segundos. Me vestí y no pare ni a desayunar, salí corriendo a la calle, no podía dejar que me pasará lo mismo que en el sueño, me tenía que comer el mundo.

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